Jesús Ruiz Molina*
Formación de los laicos misioneros
El tema del laicado es una de las asignaturas
pendientes para la Iglesia, del que mucho se habla y para el que hay tan pocos espacios donde abordarlo seriamente.
El laicado ha sido considerado durante siglos
como un "menor" al servicio del clero. Una de las principales causas estructurales de esta desigualdad en la Iglesia ha sido,
y sigue siendo, la formación que reciben los laicos y los clérigos. Es de todos conocido que la formación llega a ser elemento
liberador de un pueblo cuando se pone al servicio de los más pequeños. Y que también puede ser un instrumento de opresión
para dominar de alguna manera al "que no sabe". Esto se ve claramente entre los pueblos en vías de desarrollo, donde la ignorancia
es una forma de quitar al pueblo su capacidad de decidir.
En la historia de la Iglesia también han funcionado,
y funcionan, ese tipo de mecanismos con respecto al laicado. Como el laico "no sabe, ya que no tiene formación" el clero se
toma la libertad de asumir todas las responsabilidades y de decidir sobre temas que afectan de modo especial a las vidas de
los laicos (cf. la familia, el trabajo, la economía, etc.).
Hasta hace pocos años la misión ad gentes
era también exclusive de un sector de la Iglesia: religiosos, sacerdotes y obispos. El despertar de la vocación misionera
de los laicos en la Iglesia se ha encontrado con dificultades que nacen del excesivo clericalismo de la Iglesia Católica.
Frente a la pretensión clerical de "apropiarse de la misión", el laicado reivindica su lugar en la tarea evangelizadora de
los pueblos. No quiere que esto sea una concesión de los "tradicionales especialistas de la misión Ad Gentes", sino
que se reconozca que su vocación es un derecho-deber que emana de su propia esencia cristiana.
Para que estas reivindicaciones adquieran valor,
el laico misionero es cada vez más consciente que si quiere que su trabajo misionero sea considerado como una auténtica vocación,
al igual que las otras vocaciones en la Iglesia, tiene que formarse seriamente. Si el religioso/a o sacerdote emplea varios
años para formarse de una manera específica de cara a la misión, el laico no podrá hacer menos y tendrá que aguantar sus prisas
y sus urgencies pare poder luego servir de verdad al pueblo donde será enviado.
La madurez de cualquier grupo de laicos y de
su identidad vocacional dentro del Pueblo de Dios, dependerá de la solidez formativa que haya recibido.
Objectivos de la formación laical misionera
Ya de entrada afirmamos que la formación que
nos ocupa no puede reducirse a una formación académica o teológica. Si bien ésta es necesaria, tal y como lo indica el documento
de la Comisión Episcopal de Misiones sobre "Laicos Misioneros" (1997) al insistir sobre una formación en misionología, antropología,
eclesiología, metodología de la inculturación, análisis del mundo actual, líneas generates de cooperación, etc... (n. 9.4);
pero la formación laical tendrá una dinámica propia donde la experiencia de vida sea fundamental, y donde una fe adulta en
constante crecimiento, que se confronta con los otros y con el mundo, sea el mejor programa formativo.
Algunos objetivos que no pueden faltar en toda
formación de laicos misioneros son:
1. Discernimiento de una vocación específica.
La formación tiene que procurar los elementos y
los cauces necesarios para que un joven o un adulto pueda hacer un verdadero discernimiento vocacional. No basta con el querer
o el tener ganas. Se es misionero porque la Iglesia nos envía y pare ello la comunidad o el grupo eclesial al que se pertenece
deberá tener las garantías que el candidato es idóneo y sus motivaciones son auténticas. Es decir que su servicio a otros
seres humanos sea expresión de su fe en Jesús.
2. Asumir una identidad propia. El descubrimiento de la vocación específicamente misionera
le lleva al joven o al adulto a crear un "estilo" peculiar de vivir su fe cristiana, primero aquí y luego allí. Estas características
propias de una determinada vocación se dan generalmente en el seno de un grupo o comunidad. Es lo que poco a poco puede ir
definiéndose como el sentido de "pertenencia a"; no con un sentido exclusivista o elitista para separarse de los otros, sino
como elemento integrador de su persona al identificarse junto con otros.
De ahí la necesidad de tiempo y espacio, y también
de un itinerario formativo con contenidos y motivaciones que sostengan y favorezcan la elección hecha hasta ir creando una
identidad propia.
3. Profundizar en la fe y vocación misionera
laical a nivel personal y como grupo eclesial.
La fe toma unas características propias, una espiritualidad propia, un compromiso cristiano propio, una manera singular
de estar en el mundo, etc... cuando dicha fe está sellada por la misión ad gentes.
4. Preparación específica en vistas de la
misión recibida. A nivel nacional contamos con
la prestigiosa escuela de misionología, que actualmente se imparte en el Instituto San Pío X, donde se ofrece una teología
de la misión actual y unos criterios adecuados para abordar el hecho religioso en el contexto de la misión ad gentes.
Pero cada misión tiene sus características propias (lengua, cultura, historia del país, presencia eclesial, detalles del proyecto,
estilo de vida etc...) que deberán estar bien trabajadas si queremos vivir la misión desde el otro y no desde nuestros esquemas
mentales y culturales.
5. La formación permanente y continua. Somos seres en continuo crecimiento, en constante formación, y habrá
que estar atentos a conseguir dicha formación tanto en el lugar de misión como luego a la vuelta. Aquí suele haber una laguna
para los que regresan de la misión al no encontrar muchas veces espacios eclesiales y contenidos vitales adecuados a su realidad.
Una dinamica formativa
Ya hemos dicho que la formación de los laicos
misioneros tiene que tener una dinámica propia adaptada a su realidad; ahora bien habrá que salvar en todo caso que se trate
de una "formación integral, tanto espiritual y moral como científica y técnica" (LM. 9.1). Esta dinámica propia esta
marcada por los ritmos propios del laico: casado o soltero, con o sin hijos, el tipo de contrato laboral, si lo hay, etc...
Dicho proceso formativo tiene que ser largo en
el tiempo (en la actualidad "de 1 a 5 años, aunque la mayoría de las entidades lo sitúan por encima de los dos años y comprende
casi siempre periodos de convivencia en grupo o comunidad como preparación más directa para la vida en la misión" LM.
9.3); y progresivo.
Para que la formación tenga solidez y produzca
unidad interior, que no uniformidad, habrá que respetar los ritmos del itinerario de cada uno, pero en todo caso tendremos
que hablar de:
a) formación remota: No ocasional ni en función sólo de la salida a misiones.
b) formación continua: global, con momentos de programación, de confrontación, cursos, etc.
y todo esto evaluado.
c) formación proyectada: ya que el laico enviado es la expresión de la Iglesia local que lo
envía.
La misión es una realidad compleja y dinamica
(EN, n. 17) donde habrá que conjugar muchos aspectos tales como el anuncio explícito, la liberación integral, el diálogo
interreligioso, etc., por eso la formación respetará las diferentes formas de evangelizar que uno puede encontrar allá, donde
se va a actuar. No es lo mismo un proyecto de corte pastoral-parroquial donde predomina el anuncio, que otro de corte social
donde habrá un marcado acento de denuncia, o un proyecto más estrictamente laboral donde jugará un papel importante el testimonio
personal a veces en un contexto totalmente extra eclesial.
Algunos jalones importantes de esta dinámica
formativa:
* Desde un proyecto de vida: donde se
le ayude al candidato a orientar plenamente su vida en torno al fin misionero que persigue y por el que ha optado. En dicho
proyecto tiene que estar plasmada una intensa vida de fe y oración. Dicha fe tiene su expresión en un compromiso pastoral
concreto. Aunque pueda a veces coincidir con el campo laboral que le es propio, este compromiso tendrá siempre una programación
y una evaluación. Dentro del compromiso tendrá cabida la animación misionera de la iglesia local donde nació su fe, que es
quien le envía. En dicho proyecto aparecerán sus actitudes frente a las riquezas, las relaciones interpersonales, etc... Su
vida al servicio del Evangelio y de la misión queda marcada desde el inicio de su opción vocacional.
* Desde una comunidad o un grupo eclesial
de referencia, donde poder vivir el espíritu misionero. La comunidad es el lugar formativo por excelencia; es el lugar
de programación, de confrontación de la propia realidad, de verificación y también de crecimiento. Dicho encuentro comunitario
no puede ser esporádico. Al menos semanalmente tienen que encontrar el tiempo para estar juntos, reflexionar, orar, compartir
vida y fe ... y de vez en cuando celebrar dicha fe. La comunidad no es sólo un refugio afectivo, sino también un lugar de
confrontación, de corrección fraterna, de evaluación y en definitiva de crecimiento personal.
* Con un acompañamiento personalizado y grupal.
Esto según diferentes modelos: acompañamiento psicológico (test por un especialista), religioso (camino espiritual), familiar....
Esta dinámica será insustituible en todo proceso formativo. Somos conscientes que no es fácil encontrar personas que acompañen
procesos formativos, y menos laicos, pero este aspecto formativo se hace imprescindible para la verificación y crecimiento
vocacional.
* Con una evaluación de las etapas. Es
importante que el proceso sea gradual y progresivo, y es importante también que haya una verificación o evaluación al final
de cada etapa. Esta evaluación sería bueno hacerla a tres bandas: de un lado el propio candidato, por otro lado la comunidad
que le acompaña, y en un tercer lugar el acompanante que le hace el seguimiento personalizado. Las experiencias no evaluadas
corren el riesgo de convertirse en estériles.
Estos jalones formativos no son únicamente para
el tiempo de preparación y formación en España, sino también para la estancia en tierras de misión y luego para el tiempo
difícil y tantas veces doloroso de la vuelta y reinserción en una nueva realidad que no siempre les acoge con los brazos abiertos.
Formación integral
Todos sabemos que hoy, más que nunca, no basta
con ser bueno para desarrollar la actividad misionera. En un mundo cada vez más complejo se necesita una sólida formación
humana, profesional y cristiana.
A) Pautas para la madurez humana
Al candidato a misionero religioso, sacerdote
o laico se le exige una madurez humana a toda prueba, pues su opción de vida le llevará a lugares y situaciones donde se pondrá
muchas veces a prueba su estructura personal y su psiquismo, y donde las decisiones que tome necesitarán una personalidad
sana y fuerte. Es por ello que se necesita una buena salud, tanto física como psíquica, para poder sobrevivir con normalidad
en situaciones adversas sin que se derrumbe la persona.
Si bien es fácil detectar cuando una salud es
fuerte a nivel físico, lo es menos cuando se trata de la salud psicológica; el documento de la Conferencia Episcopal sobre
los Laicos Misioneros habla de la madurez psico-afectiva "entendida como equilibrio de la persona y como vivencia de la
propia sexualidad en el estado civil en que se encuentre (soltero o casado), la capacidad de adaptación, de iniciativa y de
trabajo en equipo, el espíritu positivo, sereno y animoso ante dificultades y problemas, disposición para aprender, capacidad
de diálogo, de valoración de los demás y de sacrificio, etc. Es preciso insistir, en el caso del envío de familias misioneras,
en la necesidad del equilibrio emocional de los esposos entre sí y con los hijos en la vida familiar" (LM 8.2).
La misión nunca puede ser la huida de una realidad
personal: laboral, familiar, afectiva.... Los pobres no pueden ser objeto de la experimentación de nuestros propias necesidades
de bienestar. En este sentido no hay que eludir el aporte de las ciencias humanas y ya son varios los grupos laicales que
utilizan dichas técnicas con especialistas cualificados para la selección y verificación de las motivaciones de los candidatos.
No obstante, cualquier dinámica comunitaria seria es también un buen referente que nos puede ayudar en este aspecto.
Subrayamos ahora algunas de las actitudes que
nos parecen fundamentales para todo candidato que quiera optar por la vida misionera laical:
a) La capacidad de diálogo y apertura a los
otros. Es la actitud interior de mente y de corazón
por la que se comunica con claridad y transparencia, para así llegar a ser personas auténticas. A esto se añade la disponibilidad
a dejarse orientar y acompañar; capacidad de diálogo, y aptitud para una convivencia y colaboración con personas de carácter,
fe, cultura y nacionalidad diferentes.
b) El trabajo en equipo y la confrontación
con un grupo son elementos pedagógicos insustituibles
para evitar individualismos exagerados. Cada día más la misión es el resultado de un vivir y trabajar en común. Es la comunidad
la que evangeliza.
c) La capacidad de asumir responsabilidades
y tomar las riendas de su vida y de sus decisiones.
En este sentido se verífica también la capacidad de tener iniciativa para poder dar una respuesta personal a los diversos
retos que se encuentran en la misión.
d) La necesidad de enfrentarse a situaciones
desconocidas y a veces conflictivas. Con lo cual
se exige una cierta seguridad y autoestima radical para afrontar dichas situaciones.
e) La superación de todo etnocentrismo cultural,
religioso, lingüístico..., y la apertura
radical a la fraternidad universal. Es todo esfuerzo de inculturación y el respeto y valor de las gentes y su entorno con
una mirada positiva pero realista del pueblo que se va a servir.
f) Un sano realismo. Es casi inevitable la idealizaión que hacemos siempre del pobre y de su entorno, de
la Iglesia o de la teología de los pobres..., y cuando dicha idealización toca la realidad oscura de la pobreza y del pecado,
el riesgo es desanimarse y tirar la toalla. La actitud del creyente es optar por esa realidad justo cuando se conocen más
sus luces y sombras.
g) Aceptación de la frustración y del fracaso.
Y esto como componente humano, pero también religioso;
asumir la parte de fracaso que nos corresponde a todos y más a los que más arriesgan.
h) Sin crear dependencias, ni paternalismos,
ni protagonismos. Tener la capacidad de respetar
la libertad de las personas que se va a servir y no utilizarlas para colmar nuestras afectividades hambrientas de éxito o
de reconocimiento.
B) Pautas para una madurez cristiana
Cuando hablamos de la identidad cristiana del
laico hay un debate abierto que suscita no pocas polémicas. La identidad del laico está en el hecho del seguimiento de Jesús
de Nazaret y no tanto en la profesionalidad o en la inserción en las realidades del mundo como si las otras vocaciones no
laicales estuvieran al margen del trabajo profesional o de las realidades temporales.
El seguimiento de Cristo se traduce en un encuentro
personal y liberador y en un compromiso concreto. Algunas de las actitudes de este seguimiento son: el encuentro personal
con Cristo, la oración personal y comunitaria, la escucha de la Palabra de Dios, la práctica sacramental, la lectura creyente
de la realidad, la caridad en todas sus formas..., en resumen, el vivir desde un proyecto de vida cristiana. Esto que es común
para todo bautizado toma unos tintes o acentos particulares cuando se trata de formar una vocación en la madurez cristiana.
Destacamos algunos aspectos particulares:
a) Desde la centralidad de la misión. La misión no es elección solamente, sino que
es don de Dios para el pueblo. La misión no es nuestra ni del grupo que nos envía es la misión de la Trinidad, y en el centro
de la misión esta el Espíritu del Señor resucitado a quien obedecen con la misma dignidad y con ministerios diversos tanto
los laicos como los ministros consagrados. Tener clara conciencia de esta centralidad de la misión evitará no pocos problemas
frente a la posible tentación de apropiación, de rivalidad de grupos o de frustración ante la escasez de resultados después
del trabajo realizado.
b) Actitudes ascéticas de la tradición cristiana, tales como la renuncia, la mortificación,
el sacrificio ...; algo que está totalmente en desuso en nuestra cultura de bienestar y que serán fundamentales a la hora
de integrar el dolor, el sacrificio y la frustración que conlleva la misión en la dinámica vital y la dinámica de fe. Sin
esta actitud radical de servir y no de servirse, será imposible abordar la misión desde la gratuidad de un Dios que se regala
al mundo.
c) Actitudes específicas de una espiritualidad
laical y misionera. Por el hecho de ser laico se
es transmisor de una nueva identidad a través de lo cotidiano, la sencillez de vida, la cercanía de vida, el trabajo manual
o profesional, la familia, los hijos, las relaciones interpersonales...; pero también del hecho de ser misionero se desprenden
una serie de características propias que generan una espiritualidad particular de provisionalidad, de medios sencillos y pobres,
de itinerancia y éxodo, de inserción en las situaciones de frontera, de periferia, de escucha, desde abajo...
Una espiritualidad pascual de muerte y resurrección
que sea la alegría y esperanza del pueblo.
d) Sentido eclesial. El Vaticano II ha insistido en que la Iglesia es Pueblo de Dios y comunión; al tiempo
que propone una Iglesia que existe para el mundo. Esto que a nivel teórico hace ya más de 30 años está rondando en las aulas
de teología, está muy lejano de ser realidad; y aquí el laico, y de manera particular el laico misionero puede contribuir
de una manera particular a presentar otro rostro de Iglesia más acorde al Espíritu. Una imagen nueva de Iglesia aquí y allá.
Una Iglesia ministerial donde todos participen (tanto en la programación, decisión y evaluación) desde su propia vocación.
El laico que ha llegado a su "mayoría de edad"
es creador de un rostro nuevo de Iglesia donde las relaciones fraternas sean lo esencial por encima de las relaciones de dependencia
"padre-hijo", "arriba-abajo". Relaciones desde la corresponsabilidad y la participación y de ahí la inserción en un equipo
pastoral.
Este rostro nuevo de ser Iglesia no se puede
improvisar y por eso ese modo de ser Iglesia activa tendrá que vivirse ya desde aquí; para ello proponemos:
* Es necesario que haya un compromiso claro
a nivel eclesial. Lo cual no quiere decir que dicho compromiso sea necesariamente infra-eclesial o parroquial. Por su misma
vocación, el laico misionero, está llamado a hacerse presente de manera particular en aquellas realidades alejadas y que necesitan
ser evangelizadas (inmigrantes, sectores de marginación, grupos de presión social, etc.). La misión ad gentes comienza
en el aquí de nuestro compromiso cristiano al abrirse a nuevas dimensiones culturales de nuestras sociedades.
* El candidato a misionero tiene que tener un
sentimiento fuerte de pertenencia a esa Iglesia donde ha crecido su fe y que más tarde le enviará. Para ello sugerimos:
- que sea conocido y reconocido como candidato
a misionero laico por una comunidad cristiana, y esto incluso en el caso que pertenezca a un grupo, congregación o institución
misionera.
- que viva una participación activa en la vida
de la comunidad: liturgia, evangelización...
- que el envío se haga desde dicha comunidad
y que dicho envío sea ratificado oficial y públicamente por su obispo o las estructuras diocesanas.
- que haya una implicación seria de las estructuras
diocesanas para que estos laicos puedan sentirse como enviados, evangelizadores. Esta implicación no puede ser virtual, sino
que toque el plano material y económico (seguro médico, viajes, seguridad social...) como en el plano más personal (acogida
a inserción a la vuelta, contacto durante la estancia, enriquecimiento de la comunidad que lo envió con la experiencia del
que regresa...)
* Por su parte el laico enviado se compromete
a vivir la misión en este sentido eclesial y al servicio de una iglesia particular con sus luces y sombras. Evitando
así toda actitud individualista o de francotiradores que van por libre. El laico misionero se inserta dentro del proyecto
diocesano y parroquial y como tal es reconocido por los otros agentes de evangelización.
Es necesario cultivar y trabajar este sentido
eclesial a lo largo de las etapas formativas para que, respetando toda actitud crítica constructiva, se eviten actitudes de
ruptura o agresividad constante que generen división y el posible desconcierto de la gente a la que se fue a servir.
Sólo la persona que acepta su propia realidad
de pecado y de miseria muestra esa fe madura que le capacita para ser con otros Iglesia; porque sabe que la gracia de Dios
actúa en la realidad corrompida por el pecado para otorgarle salvación.
C) Pautas para una madurez vocacional misionera
En el trabajo formativo se deberá ir trabajando
el hecho de que la misión no puede ser considerada como una experiencia más, sino que radica en una llamada de Dios para trabajar
en su Misión al servicio de los más pequeños y entregando la propia vida. Cuando el candidato tiene bien asentado el principio
vocacional de su querer salir a misiones es más fácil que todo se produzca con normalidad.
Esto supone concebir la vocación como un auténtico
don de Dios que nace del encuentro personal con Jesucristo y que invita a la persona a iniciar un camino de itinerancia: seguir
en pos de Cristo hacia los más desfavorecidos de la tierra. De este modo el individuo adquiere una identidad nueva de discípulo
y apóstol.
En esta vocación, no obstante, hay un debate
abierto sobre la consistencia de dicha vocación: ¿por unos años o ad vitam? Creo que superados ya los viejos esquemas,
geográficos de la misión, la vocación misionera-laical es una vocación que debe ser entendida en el contexto de una elección
de vida, no algo esporádico o puntual, sino una elección vital. El hecho de que su estancia se reduzca a tres o seis años
(menos de tres años no es aconsejable) no quiere decir que los esquemas con los que se decide no sean esquemas fundamentales
y vitales, que tocan lo más esencial de cada persona..., y que luego el candidato seguira viviendo desde su nueva realidad
a la vuelta en España, pero siempre pronto para volver a partir.
Pero la vocación específicamente misionera conlleva
también unas características propias donde el salir es la palabra clave. Salir hacia el hermano abandonado y hacia aquellas
realidades o pueblos que no han sido todavía evangelizados.
La propia elección de vida, surgida tras el encuentro
radical con Jesucristo, le lleva a comunicar su fe a los demás. Esta fe, como ya hemos dicho, deberá traducirse en un compromiso
concreto en el que hay que medir la capacidad para transmitir el Mensaje dentro de un contexto eclesial (LM, 8.2), porque
no se trata de una aventura individual y auto-normativa.
Algunos aspectos de esta madurez vocacional son:
a) Desde la propia identidad laical. Partiendo de una sana eclesiología, el candidato ha de tener clara
su identidad laical para no difuminarse en un clericalismo de suplencia debido a la carestia de sacerdotes. Está claro que
la identidad laical no puede definirse desde la oposición al clero, e incluso al voluntariado. No es desde la oposición al
otro que se encuentra la propia identidad; más bien la propia fisonomía la encuentra en la colaboración y complementariedad
con los otros ministerios dentro de la Iglesia.
Creo que tampoco valen los estereotipos de que
el laico se encarga de lo temporal y el religioso o sacerdote más de lo espiritual. Un laico está llamado a iluminar con su
vida y su testimonio las realidades sociales, pero puede hacer un anuncio catequético explícito sin por ello tener que negar
o traicionar su propia identidad laical. Lo que es importante es que se viva la propia vocación desde esa Iglesia de ministerios
donde hay complementariedad y así ser rostro de esa nueva fraternidad universal, comenzando en primer lugar por la misma Iglesia.
En este sentido volvemos a insistir en la importancia,
ya desde las etapas formativas, para que se trabaje en equipo: sacerdotes, religiosos y laicos. Que estos últimos tomen las
riendas de sus propias instituciones y que participen también en los procesos decisorios en vistas a luego trabajar de una
manera más clara en los equipos pastorales que encontrará en misión.
b) Desde la comunidad. Sabiendo que el laico participa generalmente ya de esa primera comunidad que es la
familia y que está en la esencia de su identidad laical. Su testimonio le viene muchas veces de su relación con su esposa,
con sus hijos. El compromiso misionero nunca es individual, sino-comunitario y eclesial (EN, n. 60), de ahí la estrecha
comunicación con una comunidad de origen, y la pertenencia a otra comunidad de destino entre las cuales se establece una intercomunicación
de bienes en ese dar y recibir.
Esta comunión que surge entre las iglesias es
consecuencia del reconocimiento de los dones que Dios da a las otras iglesias y que nos enriquecen a nosotros, pues el que
recibe al mismo tiempo ofrece y nos evangeliza (cf. La misión ad gentes y la Iglesia en Espana, CEM, Madrid 2001).
c) Diferentes modelos de intervención laical
en misión. Los modelos pueden ser variados según
las características de cada misión. En mi contacto con la experiencia misionera de los laicos he encontrado varios modelos:
* Modelo pastoral: donde el anuncio explícito
del Evangelio se entremezcla con actividades de desarrollo dependientes de la misión.
* Modelo asistencial: donde se hace un trabajo
de apoyo crítico al pueblo, a veces sustituyendo a los estados. Suelen ser situaciones de emergencia y no pueden durar mucho
tiempo.
* Modelo social: donde hay una clara implicación
con otros organismos no eclesiales con los que se trabaja normalmente fuera de los parámetros eclesiales.
* Modelo laboral: donde se está al servicio de
una estructura estatal o de otro organismo.
No obstante la variedad de modelos de intervención
laical, creo que en la formación hay una serie de elementos que son comunes a todos y que no son optativos:
- Potenciar el que los pobres pasen de ser destinatarios
y receptores a ser protagonistas del propio desarrollo: "ser misionero es ayudar al hombre a ser artifice de su propia
promoción y salvación" (Discurso de Juan Pablo II en Javier).
- Utilizar medios sencillos y manejables de modo
que el pueblo no encuentre complicado coger el relevo (Cf. Desarrollo sostenible).
- Respetar al máximo la labor realizada por los
que le precedieron y que los proyectos de misión tengan una continuación hasta alcanzar los objetivos perseguidos. Para eso
es importante que no dependan exclusivamente de la persona que los dirige.
- Aceptar eI ritmo deI pueblo, que normalmente
es más lento de lo que se espera. En todo caso, evitar la aceleración de procesos por la fuerza. Aceptar el ritmo del pueblo
quiere decir tener la misma actitud del pastor que unas veces sabe guiar el rebano poniéndose al frente, otras lo hará desde
dentro y la mayor parte de las veces tendrá que ir atrás, animando y aupando a los últimos.
- Evitar en la tarea evangelizadora toda privatización
o personalismo aceptando que esto es tarea de equipo y pasa por el consenso del equipo.
- Insertarse en planes más globales tales como
los parroquiales, diocesanos, organizativos, etc.
D) Sobre la formación profesional
Como hemos dicho arriba la profesión no puede
estar en el centro de la vocación laical misionera; el centro de dicha vocación será le fe que emana deI encuentro con Jesucristo
y produce el seguimiento. No obstante, todos somos conscientes de que la profesión juega un papel importante en la vocación
del laico. Toda profesión tiene una cabida, pues lo que es esencial es la dimensión evangelizadora. Algunas observaciones:
* La vocación misionera no puede ser el ámbito
de la exclusiva realización profesional del laico. Una vez más sería la utilización del pobre para nuestros propios fines
personales. Como misionero debe primar la disponibilidad y servicio a ese pueblo. El qué me está pidiendo el pueblo debe primar
sobre lo que yo vengo a ofrecer.
* En esto de las profesiones habrá que tener
cuidado para no caer en una jerarquía elitista de profesiones. Está claro que quien demanda personal desde la misión busca
lo mejor para su pueblo, pero tan misionero es el cirujano que opera todo el día como la mujer de dicho cirujano que hace
un trabajo callado de concientización con las mujeres.
* En la mayoría de los grupos laicales que preparan
para la misión la profesión no es objeto de la formación, si bien hay grupos y comunidades que eligieron profesión después
de un discernimiento en vistas a la misión a realizar. Cuando se sepa la misión a realizar sí que habrá que reorientar la
propia profesión a la realidad que se va a vivir.
* Es muy importante que el proceso de inculturación
se tome en serio si se quiere servir de verdad al pueblo. Dicho proceso tiene una preparación remota aquí: lengua, historia
del país, geografía, situación socio política, económica, religiosa, cultural, necesidades concretas de la misión o del proyecto...,
pero dicho proceso de inculturación continuará allá con un buen tiempo dedicado al aprendizaje de las lenguas locales, la
cultura, la sociedad... No se puede ir y al dia siguiente comenzar un proceso de intervención directa. El respeto de las culturas
y de las personas a las que vamos a servir nos exigen este esfuerzo lento y costoso por mirar la realidad desde la misma posición
desde donde ellos la miran.
Desafíos en el trabajo de formación de laicos
misioneros
En estas lindes de la formación y más de los
laicos hay mucho camino por desbarrar y cada grupo intenta hacer lo mejor que puede conscientes de los retos y dificultades
que una tal formación entraña.
* La sugerencia que la Comisión Episcopal de
Misiones hace en su documento sobre "La Misión ad gentes y la Iglesia en España" sobre la constitución del Consejo
Nacional de Misiones me parece pertinente en este sentido: "El Consejo Nacional de Misiones tiene la doble misión de ayudar
a programar, dirigir y revisar las principales actividades de cooperación a nivel nacional, y de coordinar el trabajo y las
iniciativas de las diferentes instituciones misioneras". Entre estas tareas destaca el documento hacer una honda reflexión
sobre la teología de la misión, el fortalecer las instituciones de formación, de reflexión y de publicaciones para alimentar
y renovar el pensamiento misionero y la responsabilidad misionera de la Iglesia; acompañar, orientar y discernir los diversos
organismos de solidaridad y desarrollo, poner las bases y avanzar en la creación de un Centro de Animación, Cooperación y
Formación misionera:
- "Formar animadores misioneros, para que realicen
eficazmente las tareas de animación",
- "preparar a los futuros misioneros cuidando
su formación espiritual, humana, teológica y cultural",
- "apoyar la formación permanente y ocasional
de los misioneros mediante cursos organizados para ellos",
- "favorecer el intercambio de experiencias pastorales
y de reflexión teológicas provenientes de distintos ámbitos misioneros",
- "ayudar a la reinserción de los misioneros
en su Iglesia de origen, al regreso de la misión",
- "fomentar y profundizar en la espiritualidad
misionera",
- "convocar y preparar la celebración de un Congreso
Nacional Misionero que ayude a la Iglesia española en su responsabilidad misionera ad intra y ad extra" (cap.
III. 8).
* También dicho documento se alegra de la presencia
de los laicos en la misión ad gentes y se compromete a:
- colaborar con las diócesis para una buena formación
y promoción de la vocación laical,
- atender a la formación integral de los laicos
que se preparan para la misión ad gentes,
- buscar soluciones a los problemas sociales,
económicos...
- actualizar la información sobre todos los grupos
y asociaciones de laicos,
- favorecer el intercambio de experiencias misioneras
referidas a la formación y al ejercicio de la vocación misionera de los laicos a través de la Coordinadora nacional de asociaciones
de laicos misioneros.
* Un reto es que los formadores seguimos siendo
muchas veces los clérigos, y los laicos tendrían que ir asumiendo cada día más las responsabilidades de formación: "es
conveniente que el envío se haga a través de asociaciones públicas de laicos misioneros en las que laicos maduros y experimentados,
conocedores de su problemática específica y de la vida de la misión, se encarguen de la selección, formación y seguimiento
de las nuevas vocaciones que surjan... " (LM 7.3). Para ello habrá que invertir en formador de formadores laicos.
* Me parece que la opción por la "comunidad laical
formativa", sobre todo para etapas avanzadas, puede ser una fórmula más adaptada a las necesidades del laico: vivir su fe
y su vocación desde la realidad cotidiana, convivir en la diferencia y en la responsabilidad, respeto y complementariedad
del carisma de los otros...
Granada, Noviembre 2001
Nota
* Jesús Ruiz Molina es misionero comboniano,
coordinador del proyecto de Laicos Misioneros Combonianos.
Ref.:
Misiones extranjeras, n. 187, Enero-Febrero 2002, pp. 29-42.